Desalinearnos
Esta semana el Secretario de Estado de EE.UU, Anthony Blinken, visitó Colombia en el marco de una gira por el hemisferio occidental que se completa con la visita a Chile y Perú. El motivo: mantener y fortalecer la condición de Sur América como patio trasero de la potencia del norte.
Claro está que el discurso de Biden y Blinken dista de ser agresivo en la región y en esta visita. Guiada por la zanahoria en vez del garrote, la diplomacia del departamento de Estado busca acercar a los tres gobiernos más nuevos de la región, todos con orígenes menos estrechos a las élites locales y mayores distancias -no necesariamente contradicciones- frente a lo que ha sido la política bilateral dictada desde EE.UU. Las distancias se marcan por las agendas de estos gobiernos, por sus discursos -aunque puedan no ser más que buenos discursos- y por los saludos ponderados del Departamento de Estado a las victorias de los tres gobiernos, menos calurosos que los correspondientes a las victorias de Duque y Piñera.
Blinken vino a Sudamérica con alguna urgencia por mantener la influencia sobre el continente y evitar que estos tres países separen sus agendas de las de EE.UU. La visita ocurre en un contexto de aumento de la agresividad de dicho país frente a los Estados que califica como la mayor amenaza para sus intereses: Rusia y China. Ocurre tras la provocación de EEUU. y la OTAN a Rusia, en la que está última mordió el anzuelo e invadió a Ucrania; posterior a la peligrosa y amenazante visita de Nancy Pelosi a territorio chino, secundada por el G8, que rompió con una tradición diplomática cristalizada por la Resolución 2758 de 1971 de las Naciones Unidas mediante la que internacionalmente se reconoce a una sola China; después la intervención militar en Kabul de un dron de la CIA, violando de los acuerdos de Doha entre EEUU y Afganistán a menos de un año de la retirada de las tropas estadounidenses de ese país; entre otras.
También hacen parte del paisaje los guiños de China y Rusia al gobierno Petro y qué la potencia asiática sea la principal socia comercial de Chile y Perú desde varios años atrás, desplazando a EE.UU. Y no se puede pasar por alto que, aunque haya bastante incertidumbre, es probable que en Brasil Lula derrote a Bolsonaro y este país se sume a la lista de gobiernos alternativos en la región, escenario que años atrás le significó reveses a EE.UU. como la caída del ALCA. Ni qué decir de los múltiples ejercicios militares de EE.UU. y las dos coreas con misiles. En suma, la tensión global está en un nivel de gran alteración.
El cuadro anterior debe poner a pensar a los presidentes Petro, Castillo y Boric. O se coordina un bloque regional que impulse la no alineación en el marco de la escalada y cada vez más incendiada disputa de EE.UU. con China y Rusia, o siguen el camino de la subordinación. El primer escenario es el único camino para preservar la paz en el mundo y hacer frente a la tradición imperialista. Es, además, el camino para defender con coherencia una política internacional distinta en la fracasada lucha contra las drogas y una política conjunta contra el cambio climático. En este escenario se pueden encontrar con gobiernos alternativos elegidos democráticamente como los de México, Argentina, Bolivia y Honduras -ojalá Brasil-, entre otros.
El segundo escenario pone en riesgo la integridad del continente y favorece al escalamiento de las graves tensiones que vive el mundo. Por lo mismo, el llamado es a la no alineación y la construcción de una apuesta colectiva desde la región.
Para que el discurso de Petro en la ONU sea coherente, el camino es el primer escenario. Este sólo se puede transitar si la defensa de la Amazonía es con soberanía, sin militarización extranjera del territorio nacional y sin invitar al bando de la OTAN a operar en el pulmón del mundo.